Las bibliotecas no van a ningún lado, salvo que sean móviles

Los contenidos digitales proveen acceso fácil y rápido a la información, pero las bibliotecas móviles recorren el camino largo para facilitar la creación de hábitos de lectura y comunidades educativas en torno a los contenidos escritos.

Las bibliotecas no van a ningún lado, salvo que sean móviles
A pesar de ser un invento viejo, las bibliotecas móviles aún tienen un propósito. Foto: The Owner-Builder Network.
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En una era de abundante contenido digital, el futuro de los libros físicos y los edificios que las albergan, ha sido puesto en duda en numerosas ocasiones. Anteriormente hablamos de los espacios Learning Commons, como estrategia para reinyectar utilidad y relevancia a las bibliotecas. Otra excelente instancia para promover la lectura y la creación de comunidades educativas, especialmente en zonas retiradas o rurales, son las bibliotecas móviles.

A diferencia de los espacios Learning Commons, las bibliotecas móviles no son una idea nueva. Se trata de unos de los recursos más efectivos de alfabetización masiva desde el siglo XIX hasta nuestros días.

Panorama histórico

Desde maestros, hasta escritores y bibliotecarios, muchos han estado involucrados en la distribución igualitaria de conocimientos a través de los libros. Uno de los primeros intentos exitosos, fue el realizado por la biblioteca ambulante de George Moore, quien en 1857 recorría constantemente ocho villas empujando una carretilla a pie con el fin de distribuir libros a comunidades rurales. Para 1904, La Biblioteca Popular Libre utilizaba carros tirados por mulas para llegar a distintas zonas rurales a través de todo el estado de Carolina del Sur, en Estados Unidos.

El primer ejemplo motorizado de una biblioteca móvil surgió en 1920, cuando Sarah Byrd Askew utilizó su modelo T, el primer auto producido en masa, para repartir libros a través de comunidades rurales en Nueva Jersey, en los Estados Unidos. Sin embargo, la popularización global de las bibliotecas móviles se logró en buena parte gracias a un capítulo olvidado de la historia: La iniciativa de la Biblioteca a Caballo.

Este proyecto fue parte de la estrategia del entonces presidente estadounidense Franklin Roosevelt para ayudar al pueblo americano a salir de la Gran Depresión, como un intento conjunto para combatir el desempleo y el analfabetismo al mismo tiempo.

La iniciativa, que comenzó en el estado de Kentucky, tenía entre sus filas mayoritariamente mujeres, algo inusual para la época, y las escuelas locales ayudaban a solventar los gastos por los largos viajes que las jinetes hacían para entregar libros a regiones que carecían de medios para recibir libros. El programa se volvió tan popular que al final de 1938, 274 bibliotecarias cabalgaban de 160 a 200 kilómetros semanales aproximadamente, alcanzando 29 condados. Sin embargo, el inicio de la Segunda Guerra Mundial, provocó la suspensión de fondos para este programa en 1943.

Aún con el proyecto finalizado, el valor y efectividad de las bibliotecas móviles como formas de distribución de contenidos educativos estaba más que probado.

Las bibliotecas móviles hoy

Si bien hoy en día no son necesarios esfuerzos tan extendidos como el de la Biblioteca a Caballo, todavía existen zonas retiradas sin acceso a Internet, para las cuales, las bibliotecas móviles son un recurso invaluable para la distribución del conocimiento.

De la misma forma, también concientizan sobre el valor de los libros como instrumento educativo y ayudan a generar espacios físicos donde surjan comunidades que fomenten la lectura, la educación y el diálogo.

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“Los libros son algo fundamental, sin un libro, un niño a menudo está solo”

Antonio La Cava es un profesor retirado con pasión por la lectura y conductor de la biblioteca móvil más querida de Italia. Su pequeño camión carga más de 700 libros con los que recorre las montañas de Basilicata. La Cava sostiene que el tener el libro que quiera en su mano, es un derecho natural de todo niño y que una cultura saludable y balanceada se logra buscando siempre nuevos lectores.

El proyecto también realiza talleres en las escuelas de estos apartados parajes, probando que estas instancias no se tratan solo de repartir libros, sino utilizar la distribución de contenidos impresos como base de un aprendizaje continuo.

Recientemente en Nuevo León, México, se ha visto una iniciativa similar. La biblioteca Móvil de Kía comenzó a rodar en el municipio de Pesquería durante el período escolar 2018, como la tercera fase del proyecto de responsabilidad social de la armadora de autos. Desde su inicio hasta ahora, ha llevado libros y actividades educativas a 2000 niños del municipio neolonés. El proyecto ha tenido gran exposición a nivel regional, recientemente fue uno de los invitados principales a la Feria del Libro del año pasado.

Es cierto que la lectura en medio digitales se ha incrementado exponencialmente en la última época, pero son iniciativas como estas las que permiten a los estudiantes experimentar todas las experiencias complementarias del acto de leer. Cómo salir y obtener físicamente el libro que necesitan, familiarizarse con la tarea de buscar un documento entre muchos otros organizados por un sistema, entender el valor de un registro del conocimiento impreso, convivir con otras personas con el interés de leer… Hay muchas razones por las que las bibliotecas móviles siguen siendo relevantes (aún en la pequeña escala en la que funcionan) y por las cuales, ni estas ni los libros desaparecerán en un futuro próximo.

Este artículo del Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación puede ser compartido bajo los términos de la licencia CC BY-NC-SA 4.0