Las sombras del teletrabajo

Las dificultades de trabajar desde casa van más allá de los espacios de trabajo ergonómicos.

Las sombras del teletrabajo
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En las juntas editoriales que tenemos todos los lunes normalmente empezamos con unos minutos de check-in para platicar sobre nuestro fin de semana y cómo vamos. Ayer pasamos más de 30 minutos hablando de nuestros “achaques de la pandemia”: contracturas, dolor de espalda, insomnio, lesiones, depresión, migrañas, presión baja, etcétera, y otro tanto en intercambiar recomendaciones sobre cómo adaptar el espacio de trabajo para evitar en la medida de lo posible éstas y otras dolencias. Que si la altura del escritorio o mesa, que si un teclado ergonómico, que si un banco para subir los pies, que si una silla con soporte lumbar o hacer descansos de vez en cuando para descansar la vista (y el cuerpo y la mente).

Aunque no todas las personas tienen el privilegio y la oportunidad de trabajar desde casa, desde el año pasado el número de empresas que han optado indefinidamente por el teletrabajo va en aumento. Sin embargo, la transición de la oficina a la casa no es tan sencilla (o fenomenal) como parece. Es increíble cómo la pandemia y el teletrabajo ya nos está pasando factura. Ya sea la famosa Fatiga de Zoom, insomnio y depresión o simplemente ese constante dolor en la espalda baja debido a la mala postura o a que la silla del comedor no está pensada para pasar más de siete horas sentada en ella. Pero las dificultades de trabajar desde casa van más allá de los espacios de trabajo ergonómicos, también hacen evidentes en las jornadas laborales que en general se han extendido durante la pandemia. Nos cuesta trabajo desconectar cuando tenemos la oficina y el hogar en el mismo espacio. Y en muchas ocasiones, somos nosotros mismos los que somos incapaces de poner límites, de parar, descansar.

Vivimos en una sociedad con una cultura laboral que celebra la productividad por encima del bienestar personal. Hace unos días me enteré que hasta hace poco en Francia era ilegal comer en tu escritorio (¡ilegal!) ¿Cuántos de nosotros no hemos comido en menos de 15 minutos en nuestros escritorios? Por el momento han levantado las sanciones debido a la COVID-19 y aseguran que solo será temporalmente. También la semana pasada escribía sobre hasta qué punto hemos pasado de trabajar para vivir a vivir para trabajar y al ver sus comentarios me sorprende cómo muchas veces somos nosotros mismos los que justificamos estas condiciones. Un lector señalaba que trabajar en la academia normalmente requiere “dedicar un extra” pero que “el motor de ese extra regularmente es la pasión por lo que haces (y en ese momento deja de ser trabajo)”. No niego que la academia requiere muchos extras que muchas veces no se reconocen ni se valoran, sin embargo, discrepo totalmente de la idea de que si lo haces por pasión a tu profesión entonces ya no es trabajo. Pero estas respuestas son parte de esa misma cultura laboral sobre la que escribía la semana pasada en un intento de destacar la gravedad del legado que nos ha dejado la generación del «agradecida de estar aquí» y “elige un trabajo que te apasione y nunca tendrás que trabajar un día en tu vida”.

Y justo estas semanas en las que muchas personas se están vacunando, surge de nuevo nuestra incapacidad para pausar, para decir ‘no’ o para tomarse unos días de descanso. El domingo leí un texto de Anne Helen Petersen sobre las sombras del «Siéntete libre de tomarte unos días si lo necesitas”, esa frase que hemos escuchado en boca de nuestros jefes o que incluso, hemos dicho nosotros mismos a nuestros empleados. El argumento de Petersen es que muchas veces cuando decimos esta frase en realidad estamos preguntando: ¿eres una persona que necesita tomarse unos días o eres una persona que puede ignorar que los necesitas? O incluso, ¿eres una persona que lo necesita o reconoces los tiempos de crisis como un momento para distinguirte? Porque en nuestra sociedad la productividad se convierte en un medio para demostrar nuestra aptitud de adaptación para el futuro y, por ende, nuestro valor como empleados. Por eso nos cuesta tanto trabajo decir ‘no’, por eso nos cuesta tanto trabajo desconectar y descansar, por eso nos sentimos culpables de tomar vacaciones o de tomarnos unos días después de vacunarnos. Por eso seguimos trabajando sin parar, aunque tengamos ese dolor de espalda, fiebre o llevemos días con insomnio. Yo, por ejemplo, escribo estas líneas con un tremendo dolor en mi hombro derecho que probablemente sea una contractura muscular, que no es nueva y que ya sé que se agudiza los lunes y martes porque son los días que preparo el boletín semanal.

¿Y tú, con que achaque pandémico nos lees?
Hasta la próxima semana.

Editora en jefe
Observatorio de Innovación Educativa

Este artículo del Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación puede ser compartido bajo los términos de la licencia CC BY-NC-SA 4.0