Hablemos de innovación: ¿realmente estamos innovando?

En los últimos años, la noción de innovación educativa ha perdido su significado genuino y se ha convertido en un término sobreutilizado, y a menudo, malentendido.

Hablemos de innovación: ¿realmente estamos innovando?
Foto por: cagkansayin.
Una lectura de 9 minutos

En su libro Innovación y cambio en las instituciones educativas, el autor Miguel A. Zabalza Beraza escribe que “Si algo tiene el educar, el formar, es que son procesos que miran necesariamente al futuro”, y es cierto, especialmente ya que se está instruyendo a las siguientes generaciones. Aún así, en los últimos años se han visto muchos esfuerzos por querer “innovar” en la educación que quedan en nada o que, simplemente, no funcionan. La palabra innovador pareciera reducirse a un adjetivo más. 

El catedrático Zabalza escribió en su libro que “estamos instalados en la cultura de la supervivencia, de ir tapando huecos como se puede. Es difícil saltar a una cultura de cambio y mejora”. Esto no pudo ser más evidente que en la época de la pandemia que tuvieron que cerrar todas las escuelas y estas tuvieron que ir “tapando huecos” para poder seguir formando a sus estudiantes. 

Las innovaciones precisan de un “referente teórico que les sirva de base. Si no, se está dando continuamente palos de ciego y avanzando, a veces, con un costo personal e institucional importante, hacia ninguna parte”, dice Zabalza. “No tienen buen pronóstico las innovaciones que nacen y/o se desarrollan sin la capacidad crítica suficiente como para someter la propia innovación a un proceso constante de modificación y ajustes. A veces las innovaciones surgen de meros eslóganes o ideas difusas pero, progresivamente, necesitan cada vez de mayor carga doctrinal y teórica para poder subsistir de forma consciente”.

Para que realmente exista una verdadera innovación, Zabalza indica que deben de introducirse “procesos innovadores que vayan asentando prácticas que supongan una mejora de la calidad de lo que se está haciendo”. Pero esto requiere tiempo y que los que forman parte aprendan a gestionar y sacarle provecho al cambio. Lamentablemente, no siempre existe el tiempo o la disposición para dejar que las cosas se asienten y verdaderas mejoras se vean. Además, muchas veces la innovación es resultado de pequeños cambios sucesivos y muchos esperan que sea algo grande y llamativo, por lo cual abandonan nuevos proyectos o ideas al no ver resultados gigantes, optando por una postura de “todo o nada”.

Un grave problema de la innovación en la educación de los últimos años es que se toma esta palabra como sinónimo de algo bueno; un profesor, un programa o una institución “innovadora” es buena, una más tradicional es mala. Si un docente es renuente al cambio, ya sea porque está feliz con su actual trabajo, porque es presionado a “innovar” y no ve claro el propósito de hacerlo o no le ve mejora, se quiere esperar a ver como resultan las cosas antes de intentar, siente que la nueva iniciativa es mucho esfuerzo para el resultado o cualquier otra razón, corre el riesgo de ser tachado como un mal profesor.

“Prefieren hacer bien las cosas que saben hacer a hacerlas de modo distinto”, dice el autor. Y agrega  que “a  veces, aunque nos parece interesante la renovación que se nos propone y nos encantaría participar en ella, nos damos cuenta de que siendo realistas no estamos, en ese momento, en condiciones de participar por todo el conjunto de razones antes señaladas”. El propio Tec de Monterrey vivió esto cuando propuso su modelo Tec21 ya que varios profesores no querían formar parte del cambio. 

Pero entonces, ¿qué es la innovación y qué no es? ¿Por qué pareciera que se ha vuelto sinónimo de algo bueno en los últimos años?

Que NO es innovación

Aunque este término se relaciona muchas veces con lo nuevo y distinto, innovar no es sólo hacer las cosas distintas, se trata de mejorar las cosas. Sobre esto, el autor del libro advierte que “no es infrecuente que se introduzcan cambios sin ningún sentido o, al menos, sin ninguna razón bien fundamentada. Muchas motivaciones pero con escaso peso”. 

La innovación educativa no debería tratarse de sólo “cambiar por cambiar”, se trata de “introducir procesos innovadores que vayan asentando prácticas que supongan una mejora de la calidad de lo que se está haciendo”, señala Zabalza. Pero pareciera que muchas veces, en muchas instituciones educativas existe cierta obsesión por el cambio, por hacer las cosas distintas: ser disruptivos. 

Sobre esto, el libro habla de cómo muchas veces las instituciones e individuos son obligados, ya sea por la Secretaría de Educación u otro actor importante dentro de su organización, a introducir innovaciones en sus procedimientos o prácticas lo que resulta en “innovaciones” que no mejoran sustancialmente nada, que son pura imagen. En el caso de las instituciones, el autor las menciona como innovaciones burocráticas ya que pertenecen al ámbito formal, es decir, “cambios en la estructura o en procedimientos formales de la organización escolar (aparición de nuevos órganos, creación de departamentos o servicios nuevos, formalización de reuniones o comisiones de diverso tipo y con diferentes propósitos, etc.) […]  Lo importante no es la sustancia del mismo y los compromisos que a través de él asume la institución. Lo importante es que había que tener un proyecto educativo y ya lo tenemos”. 

La meta no es presentar soluciones porque muchas veces ni siquiera se sabe si existe un problema el cual resolver pero tienen que “innovar” porque se los piden, es obligatoria. Muchas veces esta exigencia viene de modas, de política, de decisiones burocráticas, de una buena imágen social, deseos de sobresalir o simplemente “porque si”, no por una razón bien fundamentada que busque un verdadero cambio. 

¿Qué SÍ es innovación? 

La palabra innovación está compuesta por tres componentes: in-nova-ción.  El primer componente “in” ayuda a mantener un cierto pragmatismo en las propuestas, el segundo, nova, que significa nuevo. El autor describe el conjunto de “in” y “nova” como “ese algo nuevo al que nos referíamos lo vamos a introducir en lo que ya tenemos” y por último, está el componente “ción” que supone acción. 

“Podemos decir, por tanto, que cuando hablamos de innovación nos estamos refiriendo a un proceso que consiste en introducir elementos nuevos (NOVA) en lo que ya veníamos haciendo (lN-) a través de acciones (-ClÓN) que llevará un tiempo completar y que exigen una cierta continuidad y esfuerzo. Por eso, innovar es mucho más que tener ideas brillantes, es mucho más que hablar sobre lo que sería conveniente. Con ello sólo estaríamos construyendo la parte del nova”, señala el autor. Por tanto, de la definición de innovación el autor destaca como factores nucleares el cambio, la novedad, la creatividad,  la mejora, la intencionalidad, el esfuerzo, la complejidad, etc. 

Es importante enfocarse en la calidad del cambio. Sólo porque algo es distinto no se puede decir que es innovador o que realmente mejoró las cosas; es importante que tenga alguna justificación o propósito. Si no se sabe por qué se introdujo y en base a qué criterios, puede que fracase la innovación. 

Saber de dónde nace la innovación es crucial para determinar el desarrollo de todo el proceso de cambio; la forma en la que esta  inicia influye en todo el proceso. Las innovaciones pueden venir por decisiones políticas, contextos institucionales o iniciativas individuales. Muchas veces quien busca poner en marcha el proyecto es la administración educativa, un comité central de un sindicato, directivos de una asociación o máximas autoridades de una congregación religiosa; lo cual puede tener un impacto significativo en la implementación y éxito, que si lo propusiera un docente dentro de su propia institución.

Como se mencionó anteriormente, muchas veces los docentes o instituciones educativas se ven presionados por hacer las cosas distintas porque fue propuesto por sus autoridades, lo que no significa meramente innovar. Sobre esto, Zabalza señala que “la innovación va más allá que el mero cambio, porque se trata de un proceso más intencional y deliberado. No suele ocurrir espontáneamente sino que, al contrario, requiere de planificación previa y de constancia en su desarrollo”.

Además, para que realmente haya una innovación se debe tener apertura, actualización y seguimiento. Tomando como ejemplo la pandemia, parte del problema fue que, si bien se tuvo que adoptar una educación en línea de emergencia, muchas instituciones se quedaron ahí, no hubo ajustes o mejoras a lo largo del tiempo que estuvieron cerradas.  Es ahí donde es importante tener apertura, ya que está unida a la flexibilidad y capacidad de adaptación. Los cambios que no cuenten con este elemento “no tienen buen pronóstico, sobre todo porque no generan una cultura innovadora en el centro escolar”, advierte Zabalza. 

Otro grave problema es que existe esta paradoja en la innovación educativa donde la práctica precede a la evaluación; lo que provoca que, aunque después resulte que no está dando resultados positivos, es difícil dar vuelta atrás. Un ejemplo de esto es la historia del Changing Mindset, un proyecto que “se basa en las teorías implícitas de la inteligencia de Dweck, en las que Dweck argumentó que la inteligencia es maleable y que los profesores pueden ayudar a los alumnos a desarrollar una mentalidad de crecimiento elogiando su esfuerzo y perseverancia por encima de su inteligencia innata”, según explican en el sitio web de la Universidad de Portsmouth. Este modelo educativo se aplicó a 5,018 estudiantes en un total de 101 escuelas distintas donde se descubrió que los alumnos no avanzaron de manera significativa que los que se encontraban en el grupo de control. 

¿Cuántas veces no se ha visto este tipo de “propuestas innovadoras” que no llevan a ningún lado? Proyectos que, en el peor de los casos, son dejados a medias porque desde un inicio no hubo una buena planificación al respecto; que no se tomó en cuenta el presupuesto, o el tiempo, o la capacitación de los docentes, o como en el caso anterior, no se esperó a ver los resultados para saber si realmente funciona. Sí, hubo cambio, pero no llevó a nada. 

¿Qué se necesita para que una innovación sea realmente innovadora? 

En este apartado es importante hablar sobre qué factores influyen para saber si una  innovación educativa realmente funcionará. “¿De los recursos? ¿de la voluntad y el compromiso?, ¿de tener modelos que nos guíen?, ¿de la formación de quienes ponen en práctica los proyectos?, ¿de la institución?, ¿de los líderes de la institución? ¿De qué depende que las innovaciones puedan progresar y acabar configurando ambientes de aprendizaje más ricos y efectivos?” cuestiona Zabalza. Para expertos como economistas, sociólogos y políticos, lo importante es el PIB nacional dedicado a la educación, para otros lo importante son los factores demográficos y que esta alcance a todos. Para el autor, la clave está en el compromiso con la mejora o cultura del cambio

Existen cuatro recursos básicos para que exista esta cultura del cambio, según Miguel Zabalza, estos son: estructura, información, evaluación y formación. 

  1. Estructura. Se refiere a estructuras de apoyo; buscar quién defienda la innovación una vez que fue puesta en marcha. Según el autor, muchas veces tienen mayor éxito las propuestas personales o de grupos pequeños porque las personas lo ven como algo propio, a diferencia de una iniciativa institucional. 
  2. Información. Ésta se refiere a informar a todas las personas involucradas sobre la implementación de algo nuevo. Hacer reuniones, enviar correos, hacer publicidad, etc. Lo que sea necesario para que todos, incluso los que no van a participar, sepan qué está pasando. 
  3. Evaluación. Como se mencionó anteriormente, muchas veces en la innovación educativa se implementa primero la idea antes de evaluarla. “Sólo a través de la evaluación estamos en condiciones de tener una idea clara y sistemática de cómo van yendo las cosas”, menciona el autor. Es esencial ir recogiendo información para poder reajustar si es necesario o saber si va por buen camino o no. 
  4. Formación. Finalmente está la formación, “no hay innovación posible sin formación”, escribe Zabalza. Para él primero se debe querer hacer las cosas, después saber cómo hacerlo. “En ese sentido, lo deseable sería que toda propuesta de innovación incluyera siempre una propuesta paralela de formación para la innovación”.

Un gran ejemplo de esto fue la pandemia, donde hubo grandes cambios, pero muchos sin estos elementos debido a la inmediatez que se necesitaba en ese entonces; especialmente en el ámbito de la formación. Muchos maestros recurrieron a herramientas como la videoconferencia y sistemas de gestión de aprendizaje como Canvas, Blackboard o Google Classroom, que existen desde hace más de 20 años. Y aunque se entiende que no hubo tiempo de formar a los docentes sobre enseñanza en línea  debido a la situación de emergencia, no hubo evaluaciones para ver si ese formato era el mejor, ni reajustes, ni formación para los docentes. 

Las grandes innovaciones son las que llegan al aula después de un largo proceso. Esta es la meta, que lleguen a la práctica y sean capaces de transformar lo que hacen. “Por eso el estudio de las innovaciones (y su evaluación) requiere tomar en consideración cómo se ha producido la secuencia del primero al tercer nivel de implantación de una innovación”, escribe Zabalza.

Tipos de cambio producidos por la innovación

Las innovaciones educativas que realmente impactan producen una mejora en el proceso de aprendizaje son aquellas que provocan un cambio, el cual puede ser reducido, o muy grande. Primero están los cambios en la tecnología instrumental, que son los más habituales ya que sólo se modifican alguno de los recursos que los docentes emplean. Normalmente sólo afectan una clase y el trabajo del profesor. También pueden ser iniciativas como “cambiar de libro de texto, cambiar de forma de evaluación, introducir algún recurso técnico nuevo, etc. Cuando se hacen congresos o jornadas sobre innovación, suelen ser las experiencias que más frecuentemente aparecen en las comunicaciones”. 

También están los cambios en infraestructuras o en patrones organizativos; los cuales tienen un alcance más amplio que el anterior. Son aquellos que buscan mejorar “las infraestructuras y/o los sistemas de organización y eso permite que se puedan introducir nuevas opciones de trabajo educativo”, escribe el autor. Estos no siempre buscan cambiar las prácticas educativas, sino la imagen institucional.

Después está el de planeación y estrategia, que se refiere a modificar el “trabajo conjunto de la institución, la forma en que se desarrollan los procesos de enseñanza-aprendizaje”. Seguido por el cambio en los roles de profesor-alumno, como sucede en el modelo de trabajo por competencias. En este, si está bien aplicado, sugiere un cambio en los roles del docente y estudiante. Por último, está el cambio en la concepción de la enseñanza, la cual debería ser la meta de cualquier innovación: “llegar a producir cambios en el pensamiento, en la forma de entender la enseñanza. […] Que cambie el paradigma, la forma de interpretar los procesos que se llevan a cabo y el sentido que tienen de cara al cumplimiento de la misión institucional, en nuestro caso, el logro de una buena educación de nuestros estudiantes”. 

En conclusión, la innovación en la educación es un proceso esencial para preparar a las generaciones futuras y mejorar la calidad de la enseñanza. Sin embargo, en los últimos años, la noción de innovación educativa ha perdido su significado genuino y se ha convertido en un término sobreutilizado y a menudo malentendido.

Miguel A. Zabalza Beraza, en su libro «Innovación y cambio en las instituciones educativas», resalta que la innovación en la educación debe basarse en un referente teórico sólido y no en eslóganes vacíos. Además, para que una innovación sea realmente efectiva, debe ir acompañada de un compromiso con la mejora continua y una cultura de cambio.

La verdadera innovación educativa requiere un enfoque cuidadoso y estratégico, un compromiso con la mejora continua y una comprensión de que los resultados a menudo se obtienen a través de cambios graduales y persistentes en lugar de soluciones rápidas y llamativas.

Este artículo del Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación puede ser compartido bajo los términos de la licencia CC BY-NC-SA 4.0