“Descansar es un acto de solidaridad”

Aunque cada vez hablamos más sobre salud mental, burnout y la importancia de pausar, la mayoría de nosotros no lo ponemos en práctica.

“Descansar es un acto de solidaridad”
Una lectura de 3 minutos

Estamos a un día de iniciar el sexto mes del calendario gregoriano, ya hemos recorrido la mitad del año (!!). ¿Cómo te encuentras? ¿Cómo llegas al mes de junio?

En la junta editorial de los lunes comentábamos que los estragos del calor (y de los cinco meses recorridos hasta el momento) ya se están empezando a sentir: dormimos menos y mal, estamos más cansadas, las alergias están a tope, el cuerpo en general está pidiendo descanso y un cambio de ritmo, pero ¿se lo damos? Hace unos días leí un texto muy ilustrativo de Anne Helen Petersen que trataba sobre cómo la pandemia ha puesto en evidencia que a la mayoría de las personas nos cuesta trabajo descansar, y no porque no lo necesitemos, pareciera más bien que nos resistimos a parar. Estamos tan familiarizadas con una cultura laboral que premia más el acelere y el estar “ocupados” todo el tiempo, que nos cuesta mucho darnos espacios para el descanso y la reflexión.

Y aunque de unos años para acá se habla más abiertamente sobre salud mental, las consecuencias del burnout y de la importancia de pausar, la mayoría de nosotros hacemos caso omiso a la hora de ponerlo en práctica. ¿Cuántos de nosotros no hemos trabajado enfermos? ¿Cuántos no hemos dicho: “me voy a tomar el día, pero estaré al pendiente del correo (Slack, Teams, WhatsApp, etc.) por si algo se ofrece? En The Normalization of «Working Through Covid», Petersen señala que hay una especie de entendimiento tácito de que, aunque estemos enfermos, debemos seguir trabajando. “Tal vez no trabajes tan duro como lo harías en un día normal, pero definitivamente estás al día con los correos electrónicos y tal vez asistes a algunas reuniones y simplemente tienes Slack abierto en tu teléfono en caso de que surja algo: trabajo ambiental, trabajo de baja energía, pero al final de cuentas, trabajo”. Muchas veces no hay nadie que nos obligue a seguir trabajando, sin embargo, lo hacemos por voluntad propia. ¿A qué se debe esto?

Petersen da dos posibles razones: la primera es que queremos demostrar que somos trabajadores tan excepcionales que somos capaces de trabajar incluso con COVID (o con cualquier otra enfermedad); la segunda es que muchas personas sienten que su carga de trabajo está tan precariamente equilibrada que, si dejan de trabajar, aunque sea solo un día, a su regreso tendrán una cascada de pendientes acumulados. A raíz de la pandemia, este último escenario es cada vez más común debido a los recortes de presupuesto y personal al que recurrieron muchas empresas. Pero también se da el caso de que para muchas personas el descanso es signo de debilidad. Y, por lo tanto, superar una enfermedad como el COVID sin parar un solo día, no lo ven como una bandera roja, sino más bien como un signo de resiliencia.

Quienes nos siguen desde hace tiempo saben que la importancia de pausar es un tema que he tocado muchas veces en este espacio, sin embargo, confieso que soy la primera en dar el mal ejemplo. Sobre esto último, Petersen tiene un muy buen punto que hoy me llevo como lección: cuando no te tomas tiempo libre (de verdad) estás estableciendo un estándar del “empleado ideal” para todas las personas que te rodean, no solo para tus compañeros de trabajo y empleados, también para tus amigos, familiares, e incluso, tus hijos. Y aunque andemos por ahí ondeando la bandera del bienestar y la salud mental, a final de cuentas “lo que importa es lo que haces, no lo que dices”.

Y termino esta reflexión con una frase que tomo prestada del texto de Petersen: Descansar es un acto de solidaridad.


Hasta la próxima semana.

Karina Fuerte
Editora en jefe, Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación

Este artículo del Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación puede ser compartido bajo los términos de la licencia CC BY-NC-SA 4.0